Brenda tiene 22 años. Nació y vive en Alto Verde. Es la tercera de cuatro hermanos y ayuda económicamente en su casa, haciendo tareas de limpieza en el centro algunos días a la semana. Sus hermanos se las rebuscan con changas. Pero sueña con algún día trabajar en una empresa, tener un sueldo, aguinaldo, vacaciones.
Jonathan tiene 19 años. En Coronel Dorrego es Yoni. Así lo lleva inscripto en su gorro. No estudia ni trabaja porque, dice, desde que empezó la pandemia dejó el secundario y busca algo, pero no encuentra. Eso dice. Y no cree que este año eso vaya a cambiar, dice. Tiene 19 años, y está convencido que a él nadie lo va a ayudar.
Brenda y Yoni son la cara de una realidad a la que, lamentablemente, parece que nos hubiéramos acostumbrado. Y no son dos casos aislados. Según un informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, la mitad de las y los jóvenes argentinos que tienen entre 18 y 24 años está excluida del sistema educativo, y una cuarta parte de ellos no solo no estudia, sino que tampoco trabaja, por lo que se los considera “doblemente excluidos, de la educación y del mercado laboral”.
La realidad duele. Pero el Estado tiene herramientas a la mano para ayudar a cambiarla. Y usar esas herramientas es una obligación. Una de esas herramientas -y así se demostró en el período 2015-2019 en la ciudad-, son las Escuelas de Trabajo: una política innovadora que gracias al acompañamiento continuo y personalizado a través de orientadores, integrando todos los programas de laborales, educativos, culturales y deportivos -sean nacionales, provinciales o municipales-, y con una intervención integral, ayudó a cambiar la realidad de unos 8 mil jóvenes de los barrios más vulnerables de la capital provincial.
Esta semana, junto a Inés Larriera y Carlos Pereira, presentamos en el Concejo un proyecto para que las Escuelas de Trabajo vuelvan a cumplir su rol, y que el programa sea declarado una política de Estado municipal, garantizando de esa forma que nuevamente abran sus puertas para todos. Para siempre.
Mano a mano
Entre 2015 y 2019, durante la gestión de José Corral, la ciudad de Santa Fe puso en marcha siete Escuelas de Trabajo, ubicadas en los barrios Barranquitas, San Lorenzo, La Tablada, Liceo Norte, Coronel Dorrego, Las Flores y Alto Verde, y rápidamente se convirtieron en espacios de referencia para los jóvenes y sus familias.
En el proyecto que presentamos en estos días, además de su declaración como política de Estado municipal, solicitamos que las Escuelas de Trabajo sean las que integren todos los programas y beneficios de empleo vigentes; vuelve a crear el rol del orientador, como figura para acompañar en todo el proceso a los jóvenes que se acerquen, y también faculta al municipio a otorgar beneficios tributarios a las empresas que empleen a jóvenes incluidos en las Escuelas de Trabajo, entre otras acciones.
En total fueron unos 8 mil jóvenes los que pasaron por las Escuelas de Trabajo entre 2015 y 2019, donde recibieron formación y capacitación, accedieron a becas, avanzaron o concluyeron sus estudios, conocieron un oficio y, en muchos casos, se vincularon con empresas para acceder a su primer empleo formal.
Hoy, cuando después de la pandemia el rol de las Escuelas de Trabajo sería clave para ayudar a las y los jóvenes que están en situación de vulnerabilidad social y económica, son espacios vacíos de contenido. Por eso, insistimos, es fundamental recuperar su espíritu.
Una de las razones del éxito que tuvieron las Escuelas de Trabajo fue el papel que desempeñaron quienes orientaban, que acompañaron a los jóvenes desde el primer momento, cumpliendo el rol de “hermano o hermana mayor, primo o amigo que estaba ahí, apuntalando, insistiendo; siempre alentando y con el oído abierto para escuchar inquietudes y problemas”, como nos dicen todavía hoy quienes atravesaron la experiencia y los recuerdan como el motor que los impulsó a seguir y alcanzar un objetivo.
En total se dictaron 290 cursos de formación, de los cuales 140 fueron en oficios y servicios, y 150 de habilidades interpersonales y comunicación. En sus cuatro años de funcionamiento, más de 2.200 jóvenes realizaron entrenamientos laborales, de los que 960 se realizaron en instituciones sin fines de lucro y asociaciones civiles -540 en cooperativas y 720 en empresas-, de los cuales más de 250 lograron insertarse de manera efectiva en el mercado laboral.
Pero las Escuelas de Trabajo no sólo buscaron ser intermediadores entre la oferta de trabajo y la demanda de los jóvenes, sino también motivar el espíritu emprendedor: más de 360 jóvenes realizaron el curso de gestión empresarial, de los cuales 200 lograron algún tipo de financiamiento para iniciar o consolidar su proyecto.
Otro dato importante: alrededor de 4.900 jóvenes -es decir el 60 % de quienes pasaron por las Escuelas de Trabajo-, llegaron con sus estudios secundarios incompletos. En su paso por el programa, 523 retomaron su educación y 247 lograron concluirla. Y más: 184 de los asistentes a las Escuelas de Trabajo lograron acceder a una carrera de nivel superior (el 48 % en la universidad y el 52 % en carreras terciarias).
Parecen sólo números, pero en cada uno de ellos están Brenda y Yoni, que esperan que alguien los mire, los escuche, los acompañe, les dé una oportunidad. Porque son jóvenes. Porque tienen sueños. Y porque es nuestra obligación hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que ellos los cumplan.